viernes, 7 de noviembre de 2008

Dulce impunidad, amarga justicia


Por Alfredo Grande

“la cultura represora baja la imputabilidad de los de abajo y sube la impunidad de los de arriba” (aforismo implicado)

PROCESO Y JUICIO ORAL Hasta 10 años preso por robar golosinas

Es menor de edad y está acusado de robar Titas, Rhodesias, caramelos, alfajores y galletitas de un kiosco. ¿Es excesiva la pena?
La Sala Sexta de la Cámara del Crimen confirmó el procesamiento contra el menor y lo acusó de haber robado: "dos cajas de 'Tita', dos de 'Rhodesia', tres bolsas de caramelos 'Arcor', tres cajas de 'Bonobon', una de alfajores 'Dulce Reina', cinco paquetes de galletitas 'Sonrisas', cinco de 'Merengadas', cinco de 'Mellizas' y cinco de 'Diversión'".

(APe).- La carátula de una causa judicial es un potente analizador de la cultura represora. “Dime como caratulas y te diré quien eres”. El código penal es la evidencia sensible de la organización social y de la forma que reparte premios y castigos. Recordemos para no olvidar... al menos no del todo. Caso 1 de la fiscalía: “el” Bambino Veira, ídolo de los “santos” (¿qué le hace una paradoja más al tigre represor?) acusado de violación a un menor. Nació a la vida del fútbol como integrante de los inolvidables “caras sucias”. Se le volvió a ensuciar la cara cuando por ser tan lindo (al decir de su novia sonia pepe) todos (ellos y ellas) se enamoraban de él. La carátula final fue: “violación en grado de tentativa”. Por supuesto después de hábiles artimañas legales y culturales para explicar el delito desde las características psicofísicas de la víctima y no desde las características psicofísicas del victimario. Por lo tanto zafó legalmente, más allá que había zafado culturalmente cuando la hinchada santa le obsequió el canto: “bambino, bambino, dámela a sonia y te doy a mi sobrino”. Muy dulce. En este caso, un delito atroz tuvo la indulgencia mediática y legal para que todo quedara en el lugar de siempre. O sea el de la impunidad.

Otro caso de “carátula fácil” fue el del ingeniero Santos (con santos como éstos estamos tranquilos) Persiguió a los que le habían robado el santo grial del pasacassette y con el arma que llevaba en la guantera del auto para defender el sagrado derecho a escuchar música, los baleó. Para la justicia fue un “exceso en legítima defensa” . Nunca se entendió en defensa de qué, suponemos que del ser y el audio nacional. En las lunetas traseras de varios automóviles, los intrépidos conductores ponían la leyenda: “tengo pasacasette y soy ingeniero” . Con la ayuda del inolvidable Bernie Neustadt, fogoneaban la venganza, con la misma vehemencia que impedían la justicia.

Pero la impunidad es un plato que se come a la derecha de la imagen. Las carátulas para los delitos que la exclusión económica, política y cultural produce, y por lo tanto las penas solicitadas, son siempre remedios peores que la enfermedad. ¿Qué se quiere castigar? ¿El delito en si o el delito para si? Delito en si es la conducta que el código penal tipifica como tal. Pero el delito para si tiene que ver con el placer que tal delito trae al delincuente. Caso emblemático: la denominada violencia familiar, los abusos sexuales, la violación, la trata de personas. El crimen de las galletitas rápidamente llegó a juicio oral. (lo cual es lógico porque se trataba de dulces) . La mera enunciación de los cargos, con ese detallismo propio de la derecha, es para reír primero y para llorar después. O al revés. En este caso, el delito para si es lo que tiene el mayor castigo. La derecha no puede perdonar que los nadies disfruten de algún tipo de dulzura. A mi criterio la marca de la cultura represora es que consideran un agravante haber actuado “en banda” . Algo así como decir que el pobre y excluido hasta tiene prohibido hacer amigos. Que los burgueses vayan en patota para festejar aniversarios, cumpleaños, bautismos, etc, está buenísimo. Pero como dice el tango, “nunca faltan encontrones cuando un pobre se divierte”. Que la diversión pase por el delito, es absoluta responsabilidad de una cultura de la crueldad que a millones de personas les muestra y vuelve a mostrar aquello que nunca podrán comprar. La publicidad promueve un genocidio del deseo, que se extingue de tanto ver lo que está mucho más lejos del alcance de la mano. El estruendo de una vidriera rota pudo escucharse. El estruendo de los cristales rotos de las subjetividades estalladas es silencioso. No hay peor sordo que la cultura represora para no querer oír. Los garantistas hablarán de probation. Los inquisidores de penas ejemplificadoras. Ya está dicho: “imputabilidad por abajo, impunidad por arriba”. Nadie se acercará al lugar de detención de estos adultos encerrados en cuerpos de niños para comer junto a ellos, con una sonrisa y un abrazo, la rhodesia de la paz.



Las cosas de Pedro
05/11/08

Por Miguel A. Semán

I

(APe).- Pedro Oyarse murió pocos días antes de cumplir 13 años. El martes 14 de octubre, a las ocho de la noche, estaba vendiendo flores en la esquina de 8 y 48 en La Plata y alguien le hizo un tajo en la espalda con una botella rota. Ahí empezó el silencio. Pedro se desvaneció y ya no pudo hablar con nadie. Un patrullero lo encontró tirado en la calle y los policías lo llevaron al Hospital Gutiérrez donde lo operaron de urgencia. Pero ya había perdido demasiada sangre y murió el 17 de octubre a las tres de la mañana.

La policía detuvo por el homicidio a un chico de 14 años, que tenía más de veinte entradas y era miembro de la banda de La Glorieta. En realidad la policía detuvo a una de las tantas sombras que recicla el sistema. Un fantasma que pocos días antes había salido de un hogar de abrigo donde estuvo internado por su adicción a las drogas. Volvió a la calle, mató a Pedro, y desde entonces está alojado en una comunidad terapéutica de la provincia de Buenos Aires.

II

El tío de Pedro, José Martín Oyarse, no pidió ningún castigo ejemplar para el detenido, tampoco la reforma penal para que los pibes lleguen a las cárceles cada vez más temprano. Sólo dijo: “Yo fui un chico de la calle y estos chicos están en situación de riesgo. No pido castigos, pero sí que el Estado se haga cargo de ellos”.

Pedro, vendedor de flores, arquero, hincha de Gimnasia, tenía 12 hermanos de entre 2 y 22 años. La familia y el tío, tutor de todos ellos, saben bastante de chicos y de calles. Será por eso que también saben sobrellevar el dolor. Algunos dirán que están acostumbrados a sufrir. No es costumbre. Es una forma distinta de estar en el mundo. Tan distinta que nos parece exótica. Es la forma de los malabaristas de semáforo. De los abrepuertas de estación. De los vendedores de flores y estampitas.

A Pedro lo mataron por nada, por bronca, por ese odio sin nombre y sin cara, por el que se mata en estos días. No tenían nada que robarle. Sólo el tiempo de la vida, las ganas de cumplir los trece años, un día como este y una tarde y una noche de amor que nunca llegaron. Esas eran o tendrían que haber sido las cosas de Pedro, junto a las pocas monedas que llevaba en el bolsillo.

III

Cuando el que muere es un vecino que además de la propia vida tiene apellido, casa y coche, la sociedad reclama un resarcimiento. Quiere que se la cure, a cualquier precio, del miedo que le produce la violencia. Para eso exige que se baje la edad de imputabilidad, que se encarcele a mansalva y que se mate ante la primera sospecha si fuera necesario. Los medios fomentan la indignación colectiva y los políticos se suman al reclamo para no perder los votos de una clase media insegura y errática.

Cuando muere un chico que ni siquiera es dueño de su propia vida, la sociedad no reclama nada, los medios no lo informan. Los políticos ni se dan por enterados. Entonces, en medio de esa soledad, lo único que puede nacer es la tristeza. La forma más pura y genuina del dolor. La tristeza del hombre ante la muerte. Sólo eso.

No hay comentarios:

Datos personales