miércoles, 17 de diciembre de 2008

Un Texto con un Cacho de Cultura y Sapiencia


En lo que respecta a las vidas cotidianas, hay una enorme cantidad de cosas que no se tienen a bien el detenerse a pensar en ellas, analizarlas con minuciosidad, describirlas, ver si las cambiamos o no por otras, y así se podría seguir. Es cierto, no obstante, que de vez en cuando salen a reflotar en nuestras mentes, cuando algún test sociológico o psicológico osa tomarnos de sorpresa, o cuando se recibe alguna crítica de parte de un tercero que, por obvias y perogrullescas razones, no es igual a cada uno y, por ende, no las tiene.

¿Se ha descubierto acaso a qué cosas se está haciendo referencia? Podrían ser varias, pero seguro que no son las que suelen las madres indicarnos que debemos cambiar ¿O sí?

Devélese pues, el misterio: eso que tan incorporado se tiene, que hace a nuestra forma de ser o las acciones y actitudes que se toman sobre tal o cual cosa, que nos son muy nuestras y a lo sumo se comparten hasta cierto punto con alguna que otra persona, es nuestra Identidad. Eso es ese término que algunas veces se logra sacar a relucir de entre el vocabulario para sumarlo a la idea significante del DNI: un conglomerado de modos, usos, costumbres, actos propios tanto internos como externos, pensamientos e ideas, entonaciones y variantes regionales al hablar, etc, que forman parte de nosotros, que nos forman y, principalmente, “delatan” quienes somos ante los demás miembros de nuestra sociedad dado que somos seres sociales.

Ahora bien, la identidad que cada uno posee y que ya seguro se ha memorizado o percatado que le es propia y exclusiva, no surge de la nada. En cada uno de los miles de millones de casos de seres humanos, tienen que ver las instituciones que han influido, los procesos sociabilizantes por los que se pasó, los actores de esos procesos con los que se fue tomando contacto, los aprendizajes y conocimientos o ideas que la interrelación con los anteriores han dejado, etc. Pero esto es valedero a nivel individual ¿Qué pasará en otro plano, quizá grupal o comunitario?

Mientras se la definía, la Identidad “nos dijo” que estaba dada en función de nuestra inherente razón de ser social, es decir, ésta se ve involucrada directamente cuando estamos insertos dentro de determinado grupo de relaciones con otras personas. Pero al ir viendo la sociedad en que cada uno se desenvuelve y en consecuencia las relaciones sociales que son entabladas, se cae en cuenta que la Identidad (eso tan propio, que nos hace tan diferentes por igual a todos) no es siempre la misma.

Específicamente, la identidad de los seres humanos va mutando, rotando, modificando sus aspectos más lábiles o dúctiles a razón de no desenvolvernos siempre ni con los mismos grupos sociales ni con las mismas individualidades. En fin, la identidad, que se construye a nivel social, también a dicho nivel va cambiando en función de que las personas logren afianzarse como seres sociales en la enorme trama de interrelaciones -y hablando sólo las contempladas dentro de nuestro núcleo cultural- que forma la Sociedad. Al contactar diferentes grupos sociales, (en el trabajo, en los amigos de fútbol 5, en la familia extensa de mi mujer, en los participantes de congresos de perfeccionamiento profesional, etc) necesitamos modificar ciertos puntos y/o conductas individuales a fines de poder entablar buenas relaciones con todos ellos y no quedar mal, ni ser blanco de rechazos, desconfianzas, o cargas valorativas negativas.

Pero la historia no queda ahí. La identidad, tanto en la teoría como en la práctica, es parte o está concebida dentro de un concepto aún más complejo y abarcativo: Cultura.

En cuanto a poderse brindar una definición que sea “la correcta”, no hay acuerdo, y al igual que con Identidad, varios autores la definen de acuerdo a su criterio profesional. Así y todo, hay algunas maneras de conceptuar el término: en su sentido etnográfico amplio, es ese todo complejo que comprende conocimientos, creencias, arte, moral, derecho, costumbres, y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre en tanto que miembro de la sociedad (Edward Tylor, 1871).

Si bien la definición recién dada es muy aceptada, también está esta otra: compleja y dinámica ecología de personas, cosas, cosmovisiones, actividades y escenarios que fundamentalmente permanece estable, pero que también va cambiando en virtud de la comunicación de rutina y la interacción social. La cultura es un contexto. Ninguna cultura es inherentemente superior a otra y que la riqueza cultural en modo alguno deriva de la posición económica (James Lull, 1997).

El caso es que, la Cultura toma a la Identidad, pero ésta es a su vez formada por la segunda

Dicho de un modo bastante sencillo, hay que pensar lo siguiente: las identidades individuales van, en cada interrelación y en diferentes espacios sociales, dando forma a una identidad grupal. A su vez, las identidades que se forman son un compendio compartido dentro de un grupo de códigos, formas de actuar y puntos de vista, ideas aprehendidas y/o preconcebidas, y demás elementos que hacen a la idiosincrasia y que se comparten.

Así, la Cultura no se instala en las sociedades, sino que surge de estas, con características muy propias y valores e idiosincrasia claramente diferentes comparándose las sociedades en sí, dadas las diferentes interrelaciones que hubo en y entre los grupos de identidad. Por otra parte, la misma Cultura, como un todo social y compartido, influye para que cada identidad individual y social parta en su concepción y su formación progresiva de los valores, pautas, modelos, criterios, y cosmovisiones que la cultura le presenta al individuo desde que este inicia sus aprendizajes primeros.

Ahora bien, una identidad a un nivel grupal, interrelacionada con otras dentro de un determinado marco social, colabora en la formación de puntos en común para el afianzamiento de ciertos y bien determinados patrones culturales. ¿Qué ocurre, entonces, cuándo una identidad cultural se encuentra con otra totalmente diferente, con patrones y cargas valorativas y significantes distintas y hasta opuestas?

Antes de indagar sobre tan profundo asunto, es conveniente dar cuenta de la existencia de un rasgo inherente a la cultura misma: el Prejuicio.

Sin muchas vueltas y como su nombre lo indica, el Prejuicio es un juicio o una carga de valor previa que se hace ante las “primeras impresiones” que un objeto, animal, hombre, o lo que fuera nos produce. En las sociedades, en las distintas identidades individuales y culturales, se va haciendo carne, ante todo, porque funciona como respuesta casi inmediata y (a veces erradamente) descriptiva de algo o alguien del que a priori no sabemos nada y que, por una u otra razón, tenemos que calificar o rotular, para hacerlo menos desconocido y potencialmente menos agresivo (con lo que se desprende que el prejuicio es un mecanismo de defensa innato).

Si bien el mundo en que se vive actualmente está cada vez más conectado, comunicado, globalizado, y demás epítetos de sentido universal, ello no impide que diferentes acervos culturales se crucen dentro de una misma sociedad. Es más, podrían algunos “entendidos” dirimir acerca de si de hecho, tanta comunicación y mezcolanza de gente de un lado u otro del mundo, países limítrofes ya como charquitos, y la posibilidad de crearse enormes centros cosmopolitas en cualquier punto del planeta, no termina ahondando el mencionado fenómeno.

Pero el entrecruzamiento de diversas culturas e identidades en una misma sociedad no es nuevo, y, comprendidos de modos diferentes a lo largo de la historia, se han producido desde que el hombre es hombre.

Ya se vio lo que es un prejuicio. Se dijo que es algo innato y, por ende, inherente al ser humano. Puede agregarse que, en tanto parte de nosotros, las personas no dudan en hacerlos pesar y fundamentalmente transmitirlos dentro de un grupo social y dejarlos así instalados en un “inconsciente colectivo” cultural. Gracias al contacto de una cultura con otra, el Prejuicio, mecanismo de defensa natural y sumamente incorporado debido a lo recién expuesto, surge en una forma muy comúnmente pasada por alto, quizá de tan internalizada que está: el Etnocentrismo.

Este término alude a una especie clara de prejuicio que se encuentra en todos los pueblos y que presupone que la propia etnia es central y superior al resto, conllevando ello una alta valorización de lo propio y consecuente desvalorización de lo ajeno. En este caso, el prejuicio tiene un Juicio de Valor que en cierto modo se le opone: el Relativismo Cultural, que supone a grandes rasgos, tomar tan válidos los criterios y lineamientos de nuestra cultura entendidos, en nuestro medio de desarrollo, como lo son de válidos los pertenecientes a otras culturas dentro de sus respectivos ámbitos de injerencia.

Si se toma el concepto Etnocentrismo, se verá que, en realidad es una característica más del ser humano, sólo que llevada a la práctica puede llegar a resultar particularmente perjudicial. En tanto uno considere a sus valores, tradiciones, idiosincrasia, características, etc, mejores, superiores, o cuando menos distintas que la de otro, puede incurrirse en el error de querer “arreglar” o “componer” al otro sujeto, o directamente se le puede rechazar hasta la agresión directa.

Pero es también importante analizar que a partir de este hecho, se suscita la visión del Otro. Yo, que soy de una determinada cultura con determinados patrones me puedo diferenciar y distinguir de los demás, en tanto halle puntos de contraste e incluso de rechazo, a nivel individuo tanto como a nivel miembro de determinado grupo en mi sociedad. Es decir, mi identidad como ser individual y/o colectivo también se forma a partir de reconocer al Otro, a aquel que veo diferente y hasta “menos” que lo que yo soy, como parte de una natural existencia.

Como resumen de todo lo antes expuesto, se puede entonces concluir una cosa: ninguna persona, debido a las formas en que fue forjando su identidad como individuo social dentro de su específico marco cultural, puede (aún con bastante esfuerzo) desprenderse de los prejuicios sociales como el etnocentrismo; mas un juicio, como es el relativismo cultural (en tanto se basa en la información y el acercamiento) puede colaborar a que, teniéndolo presente, podamos diferenciarnos y hacer valer nuestra idiosincrasia sin menoscabar la de otro distinto a mí.

Como humilde invitación surge que, entonces querido lector, piense que puede que el mismo valor con el que rechaza y se diferencia negativamente de otro, sea utilizado por alguien más para distinguirse de usted.


Técnico Superior en Comunicación Social Leonel Ramiro Barreiro Moreno.

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