viernes, 22 de agosto de 2008

El grito de Javier El mapa del olvido


Por Oscar Taffetani

(APe).- En febrero de 2007, lanzada la carrera entre Jorge Telerman, Daniel Filmus y Mauricio Macri por la jefatura del gobierno porteño, un incendio arrasó Villa Cartón, dejando a la intemperie a 2.300 personas.

Telerman -jefe de gobierno post Cromañón, que aspiraba a validarse en las urnas- actuó con rapidez, movilizando a equipos de Guardia Urbana, Higiene Urbana, Buenos Aires Presente y otros de nombres parejamente auspiciosos.

Villa Cartón, pequeño asentamiento formado a principios de los ’90, obtuvo en 2006, gracias a la lucha de cuatro valientes mujeres, la sanción de la ley 1987, que adjudicaba a sus habitantes un terreno en el Bajo Flores y vivienda digna.

Pero los vecinos del Bajo Flores no quisieron villeros ni cartoneros en su barrio. Una insistente prédica fascista (ésa que asocia pobreza con inseguridad) les había inoculado el miedo, y por eso los rechazaron.

Entonces, los funcionarios de Telerman salieron a apagar ese incendio político con las herramientas disponibles, y no hallaron mejor salida que alojar a las 450 familias sin techo en 20 hileras de casillas construidas a velocidad en los fondos del Parque Roca, junto al Riachuelo.

La promesa del candidato Telerman fue “viviendas transitorias ahora, mientras se construyen las definitivas en 120 días”.

Como es de suponer, los 120 días de la “vivienda definitiva” llegaban justo, justo, al fin de mayo, es decir, a la víspera de las elecciones.

Lo que vino después es conocido. Telerman hizo una pésima elección, sus colaboradores lo abandonaron con la velocidad aprendida y los alojados-desalojados de Villa Cartón (“descartados”, deberíamos decir) fueron olvidados en Parque Roca, sin que las nuevas autoridades porteñas (tan frías y especuladoras como las anteriores) hicieran un mínimo esfuerzo por resolver el problema.

El centro de evacuados en Parque Roca cuenta con una sala de primeros auxilios, pero no hay quien la atienda. Tan sólo se acercan, los jueves por la tarde, algunos jóvenes médicos egresados de una universidad cubana.

No hay gas para las casillas, y las instalaciones eléctricas son precarias. El agua corriente casi no tiene presión, y si quieren bañarse deben hacerlo con los bidones de agua potable que les acerca el municipio.

Vida descartable

En esa precariedad prolongada, en esa excepción permanente, no es extraño que un bebé de cuatro meses llamado Javier, sexto hijo de una pareja adolescente formada por Andrea y Roberto, haya agonizado el jueves 14 de junio, con un cuadro de asfixia, sin posibilidad de atenderlo a tiempo ni de llevarlo a tiempo al hospital más cercano.

“¿Cuántos chicos más tienen que morir para que miren lo que pasa acá?”, dijo desconsolada Susana, una de las delegadas del grupo, a un periodista.

El ex candidato Telerman, versátil funcionario que aspira a reciclarse por enésima vez en un gobierno, hoy no pasa por el Parque Roca. No vaya a ser que alguien le reclame por sus promesas de candidato.

El actual Jefe de Gobierno, Mauricio Macri, tampoco pasa. Un fallo judicial ordenó hace tiempo a la Ciudad que provea a los alojados de Parque Roca de transporte eficaz y de servicio médico permanente. Pero la orden no se cumple. Y el jefe de gobierno sólo tiene ojos y oídos para su posible candidatura nacional, en 2011.

El ex candidato Filmus, actual Senador de la Nación, tampoco ha incluido en su agenda parlamentaria, atravesada por asuntos candentes del Mercosur, el tema de los evacuados de Villa Cartón.

Apenas un año y medio ha pasado desde el incendio de Villa Cartón, y parece que fuera un siglo.

Javier, este bebito que murió la semana pasada, tenía sólo cuatro meses. Era hijo del alojamiento transitorio. Hijo de la excepción. Vida descartable. Por eso la ciudad no nota su ausencia. Ni los funcionarios.

Nadie escucha el grito ahogado de Javier. Su quejido. Su último suspiro.




El mapa del olvido
19/08/08

Por Néstor Sappietro

(APe).- El trabajo no parece tan complicado. Alcanza con tomar un mapa de nuestro país, marcar con un fibrón las zonas más pobres, rastrear al olvido en toda esa geografía, y entonces daremos con las pestes que azotan a los que menos tienen.

El mapa del mal de Chagas ocupa la misma zona que el mapa de la pobreza. En la misma superficie se podrá encontrar tuberculosis, desnutrición, brucelosis… Todas las pestes están ahí. No hace falta un rastreo demasiado profundo, solo hay que buscar los cuerpos resquebrajados por la desidia, los que no ofrecen ninguna resistencia a las enfermedades.

La información periodística es contundente, “el mal de Chagas lo sufren cuatro millones de argentinos, esto significa el 10 por ciento de la población”. La infección se extiende por las áreas más postergadas de la mano del desprecio.

Según señala la cardióloga Claudia Beatriz Costa, de la Fundación Argentina de Lucha contra el Mal de Chagas, “la enfermedad es uno de los más importantes problemas sanitarios del país”, y puntualiza que los índices son casi inexistentes en el sur de nuestro territorio y superan el 50 por ciento en áreas del norte, como Formosa, Chaco y Santiago del Estero.

Si bien el hábitat de la vinchuca son los ranchos de adobe y paja, el bicho también amenaza a las grandes ciudades.
Las migraciones y la proliferación de villas han provocado un significativo incremento de la enfermedad en el Gran Buenos Aires y en las zonas marginales de la capital argentina.
Podríamos arriesgar que a partir de esta amenaza concreta a los habitantes de la gran ciudad, la vinchuca, también llamada “chinche gaucha”, gane algunos segundos de relevancia para las cámaras de televisión.
Tal vez, solo así abandone el anonimato y el desinterés al que está condenada por transmitir su mal a indigentes silenciosos que viven lejos de las luces del centro.

La historia del Chagas y la desidia van de la mano.
Desde las investigaciones iniciadas por Carlos Chagas en Brasil y completadas por el médico argentino Salvador Mazza; a la actualidad, la indiferencia de quienes pueden hacer algo por erradicar la enfermedad ha sido una constante. Mazza ofrendó su vida en busca de apoyos y subsidios para salvar a los anónimos y volverlos visibles a los ojos de la hipocresía del poder que conserva la misma lógica de aquellos días.

El desinterés oficial se refleja en las palabras de Gonzalo Basile, presidente de Médicos del Mundo Argentina, “la inexistencia de censos sanitarios actualizados y fiables en las zonas afectadas dificulta el control y la labor de prevención”.

El Chagas avanza producto de la inacción de los funcionarios que deberían promover su erradicación como un objetivo nacional. Claro que eso significaría trabajar para erradicar la exclusión social, económica y cultural; y semejante proyecto no parece estar en los planes de nuestros gobernantes.

Cuatro millones de argentinos sufren el mal de Chagas.
Para encontrarlos hay que tomar la ruta de la pobreza.
Hay que buscar el puño cerrado de Salvador Mazza, apretado de indignación.
Hay que seguir las huellas del abandono en esos cuerpos indefensos.
No hacen falta carteles indicadores ni planos ni cartógrafos.
En la soledad y la tristeza de cuatro millones de miradas, se dibuja el mapa del olvido.

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