lunes, 1 de septiembre de 2008

"Ser la señora Francias me enseñó a no dejarme estafar"



Pietat Estany, fue la señora Francis por carta- "Ser la señora Francis me enseñó a no dejarme estafar" VÍCTOR-M. AMELA - 30/08/2008

Tengo 71 años. Nací en Barcelona y vivo en Corçà. Me licencié en Filología Catalana a los 59 años. Estoy casada y tengo tres hijos y siete nietos. Soy catalanista e independentista. Soy agnóstica. Pasé ocho años escribiendo cartas como Elena Francis a mujeres desesperadas

La señora Francis era usted? Lo fui durante ocho años para algunos miles de mujeres…, pero no a través de la radio, sino mediante cartas personalizadas.

Pero era un consultorio radiofónico... Por radio hablaba el personaje de Elena Francis en las voces de Maria Garriga, Rosario Caballé y Maruja Fernández.

Un icono radiofónico.

"Querida amiga...", comenzaba. Y respondía a la anónima consultante con aquella voz afelpada, desde su pedestal de mujer sensata y correcta que tenía consejo para todo.

¿Quién pensaba tan serenos consejos? Diversos guionistas desde su creación, en 1947, en Radio Barcelona. Luego, en RNE, desde 1966, Juan Soto Viñolo.

¿Y qué hacía usted?

Muchas cartas no eran contestadas por antena, y el Instituto Elena Francis me contrató para que ejerciese de Elena Francis: respondí esas cartas una a una, de tú a tú, por carta.

¿Cuántas?

Durante ocho años, ¿siete u ocho cada día? ¿Unas 20.000, quizá? Las cartas se venían conmigo de vacaciones, rompí dos Olivetti...

¿Por qué no se radiaban?

Su contenido era inconveniente: dibujaban el estado miserable de un país ignaro y cutre, su oscuridad, su sordidez. Casos extremos, situaciones dramáticas...

¿Qué le contaban sus comunicantes?

Conflictos sentimentales, enamoramientos con sentimiento de culpa, dudas sobre el sexo, chicas reprimidas en internados de monjas, remordimientos sobre la masturbación, infidelidades... y maltratos, palizas, embarazos indeseados de jovencitas, violaciones... De fondo, siempre impotencia, incomprensión, mucha incomunicación y soledad.

Lo del maltrato no es cosa de ahora.

¡No! Y en esos años era terrorífico: ¡no había ni divorcio! Me apenaba cuando contaban "no sé qué hago mal, yo le cocino, le lavo la ropa, le plancho, limpio la casa..."

Víctimas que se sentían culpables.

Hasta las violadas por su padre o un hermano mayor se sentían culpables ¡por ya no ser vírgenes! Esa siniestra inversión de papeles me sumía en una tristeza inmensa. Y por su letra casi indescifrable, eran mujeres casi analfabetas que hacían un colosal esfuerzo por escribir todo aquello en secreto.

¿Y qué les decía usted?

"Querida amiga...", y procuraba desculpabilizarlas, darles algún consejo, algún consuelo... Pronto descubrí que lo importante era dar consuelo, que eso era lo único útil.

¿Cómo lo supo?

"No sabe usted el bien que me ha hecho", volvían a escribir agradecidísimas. Sentir que interesaban a alguien les ayudaba. Les aconsejaba que buscasen a alguien con quien hablar y compartir...

¿La historia más desgarradora fue...?

Me pesó la de una mujer de una aldea gallega que cuidaba de la suegra imposibilitada y caprichosa, con hijos adolescentes y marido alcohólico que cada día destrozaba la casa y le pegaba... Me contaba que había enfermado y que no tenía tiempo de ir al médico, y decía: "Debo procurar no morirme porque, entonces, ¿qué será de mi familia?"

¿Qué habrá sido de aquellas mujeres? A veces me lo pregunto. Estaban tan solas...

¿Y dónde andarán aquellas cartas?

¿En algún cajón oscuro? Quién sabe.

¿Tuvo algún trato presencial con ellas? No. Bueno, sólo una vez, por azar: al acabar de leer una carta en la que una mujer contaba sus remordimientos por estar engañando a su marido con otro hombre, miré la firma... ¡y era una vecina de mi escalera!

¡No!

Cada vez que coincidíamos en el ascensor, ¡qué poco podía imaginar lo que yo sabía!

¿Qué le aconsejó por carta?

No recuerdo. Yo luego me mudé, no sé qué tal le iría...

¿Desde dónde llegaban más cartas?

De las aldeas de Galicia y de pueblitos de Castilla.

¿Y de hombres?

Algunas, también, pero problemas menores..., exceptuados los homosexuales, torturados por la incomprensión. Recuerdo a un chico al que sus padres habían expulsado de casa y ya sólo quería suicidarse...

¿No se deprimía usted?

A veces dejaba de leer, embargada por la pena. El día de enero de 1984 que me comunicaron que cerraban el consultorio, ¡me sentí liberada!, y entonces entendí que había estado al borde del desequilibrio emocional.

¿Cómo había accedido a tan singular trabajo?

Era 1975, y entre los anuncios de La Vanguardia uno rezaba: "¿Te gusta escribir?" Me presenté, por curiosidad... y me seleccionaron. Y, al empezar a leer cartas, me sentí depositaria de aquellas desgracias, y de ser un trabajo pasó a ser cargo de conciencia.

¿Por qué cree que le pasó eso?

Esas historias de sufrimiento sin salida me conmovían hondamente, quizá porque yo de niña padecí maltratos físicos, verbales y psicológicos de mi madre, que luego he sabido que padecía un trastorno límite de personalidad... Me lo hizo pasar muy mal.

¿En qué era distinta la Pietat que escribió la última carta a la de la primera?

Aprendí que lo peor es la incomunicación. Y que no hay que dejarse estafar: me hice más rebelde, más firme en mis anhelos. Y a los 55 años me puse a estudiar una carrera, como desde niña siempre había querido.

sábado, 30 de agosto de 2008 La Contra| página nº 72 Más Noticias de
La Contra "Ser la señora Francis me enseñó a no dejarme estafar" En la peluquería
De su niñez recuerda Pietat el silencio solemne que cuajaba en la bulliciosa peluquería de su madre cuando en la radio empezaba a hablar doña Elena Francis. Jamás sospechó entonces que un día ella sería una Elena Francis silenciosa y epistolar que consolaría a miles de mujeres en los rincones más remotos y olvidados de España. Una experiencia que la conectó a la sordidez de la tragedia cotidiana vivida por tantas mujeres, y la rebeló por dentro: la determinó a defender su propia dignidad. Pietat Estany rescata hoy esa vivencia en Estimades amigues (Dèria-La Magrana), libro escrito con buen pulso que es a la vez un autorretrato y la crónica de una época pasada que no fue mejor.

Aporte de Oscar Lobo

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